A día de hoy, mi arte son mis pensamientos. Representados con colores, porque los colores hablan y transmiten.
Es así como expreso lo que pienso cada día o lo que me ocurre con frecuencia: una comida, un color, números, personas… y ahí lo pongo. Es como un álbum de recuerdos. Y, claro, todo plasmado con esa técnica increíble por la que tanto me preguntáis.
Bueno, la técnica surgió porque siempre he querido hacer esos cuadros texturizados con masilla (o lo que se utilice). Un día, intentándolo, mientras añadía color, veía que no salía lo que yo quería y empecé a frustrarme. Así que empecé con la espátula, arrastrando toda la pintura de un extremo del lienzo al otro. De esta manera quedaba un fondo liso que podía dejar secar para hacer algo encima (porque yo solía pintar con gotas).
Entonces, entré en un bucle arrastrando la pintura y me di cuenta de que el efecto que creaba me encantaba. Decidí empezar a añadir más capas de pintura y arrastrarlas, hasta que me di cuenta de que me volvía loca pintar de esa manera y amaba el resultado.
Seguí pintando mucho. Cada día creaba cuadros nuevos y descubría cómo hacer detalles que me fascinaban.
Y entonces también entendí que, gracias a la pintura, me estaba enseñando a mí misma. Me di cuenta de que, en el momento en que más frustrada estaba con mi arte, al dejarme ser yo misma, llegó la inspiración. Llegó mi nueva etapa, destacando la importancia de la apreciación y de disfrutar del proceso.